Cuando se es niño, el futuro suele mostrarse lleno de colores y plastilina. No hay mucha determinación para lo que se quiere en un futuro, pero su caso fue todo lo contrario. Había algo claro para él.
De nacimiento, su ADN vino cargado de sonidos gracias al talento musical de toda su familia, en especial el de su padre, que marcó un legado importantísimo que aún sigue vigente en miles de escenarios, alumnos e instrumentos. Por allí empezó todo.
Tenía la libertad de acompañar a sus padres a los ensayos, con la única condición de no moverse del asiento, pero niño al fin, corretear por los pasillos no era divertido, él tenía otro objetivo: subir al escenario e imitar a papá.
“La emoción de ese momento era tan grande, que yo no me aguantaba”, confesó.
En casa pasaba igual. Tomaba una batuta, encendía un radio de color rojo, acomodaba sus muñecos, colocaba un cassette de música clásica y en la privacidad de su cuarto, “hacía como que estaba dirigiendo (…) Siempre crecí con ese sueño”, detalló.
Mucho tiempo después, supo que Gustavo Dudamel, músico, compositor y director de orquesta venezolano, también hizo lo mismo en su niñez.
“Yo pensé que era el único hasta que escuché la historia del maestro Dudamel”, resaltó.
Orquesta Sinfónica de Carabobo
Su padre, un italiano nacionalizado como venezolano, fue el fundador del Conservatorio de Música de Carabobo y de la Fundación Orquesta Sinfónica de Carabobo, además de director artístico y musical de dicha orquesta por un período de 35 años ininterrumpidos, representó un gran compromiso, más no una presión.
La presión era “de mí para mí mismo (…) Querer hacerlo bien, siempre apuntando a lo más alto posible”, precisó.
Así creció y se formó en el seno de ese ambiente musical. Los inicios fueron con el violín, luego percusión, hasta que la viola se quedó como su acompañante principal.
A decir verdad, no pareciera haber instrumento con el que no sienta familiaridad.
Realizó una Maestría en Música, Especialidad en Dirección Orquestal en la Universidad Simón Bolívar de Caracas bajo la tutela del maestro Alfredo Rugeles.
Ahora, su principal proyecto es la internacionalización de la orquesta, que actualmente la integran 70 personas, entre músicos de gran experiencia y jóvenes que evolucionan con cada acorde.
Sin dejar a un lado el anhelo personal de llegar a grandes escenarios junto a las Orquestas Filarmónicas de Berlín o Viena. “Es el sueño de todo director. Eso siempre está como una meta”, comentó.
Cada gesto cuenta
El desconocimiento de esta profesión puede hacer creer que se trata de simples movimientos en el medio de un escenario, pero no. La conexión técnica y emocional no pueden faltar.
“En la dirección cada gesto cuenta. Cada gesto indica algo. Es por eso que una misma obra, con una misma orquesta, puede sonar diferente dependiendo del director que esté al frente”, explicó.
Allí está la magia, en generar emociones, en la comunicación que debe existir entre el director y la orquesta, proceso que se le hace aún más fácil gracias a su segunda profesión; la psicología.
“No siempre se logra, pero cuando sucede, el éxito está asegurado”, enfatizó.
Y sin duda que José Carmelo Calabrese ha logrado acercarse a ese éxito seguro como el actual director artístico y musical de la Orquesta Sinfónica de Carabobo; ya no frente a unos muñecos y un radio rojo de cassette, sino ante miles de personas que le aplauden, tanto como lo hicieron con su padre, José Calabrese.
Jugaba con ser director de orquesta y hoy está viviendo su sueño.
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