Habitar o transitar tanto en un espacio y no conocerlo resulta absurdo, hasta medio injusto para con uno mismo. Es andar por ahí con los ojos cerrados, algunas veces mal vestidos con prejuicios e indiferencia.
¿Ir al Centro, a San Blas… caminar por La Candelaria? ¿Más o menos cómo para qué? Ni a balazo, ni de chiste. ¿Tú estás loco chico?
Esa ha sido la lamentable connotación con la que lidian algunas zonas populares de Valencia, Carabobo. La eterna estigmatización de las dos Valencia, la del norte y la del sur. Película que se repite aquí y en Petare.
Pero tanto fue el empeño genuino de transformar lo cotidiano en algo extraordinario, que Eduardo Monzón se empecinó en hacer lo suyo y derribar la desfachatez de pasar por alto lo valioso, lo que nos identifica. Lo entendió y no fue egoísta.
Experiencia urbana
En marzo de 2018 estando en Caracas, se sumó a una visita guiada por el Centro Histórico de Petare y Eduardo se encontró de frente con una realidad que desmontaba las referencias implícitas y negativas de esa popular comunidad.
Petare está “lleno de historia, lleno de tradición, muy bien cuidado (…) con un montón de saberes por ofrecer, desde recetas típicas como el golfiao caraqueño. Eso para mí fue un antes y un después. Descubrí que ese tipo de experiencias culturales eran capaces de derribar paradigmas muy grandes, que eran capaces de reconfigurar nuestra propia idea, nuestra propia concepción de los lugares de la ciudad”.
Allí vino el estallido clave: “Si un lugar tan estigmatizado como Petare, con tantos prejuicios negativos, tiene una historia tan bonita qué contar y te brinda una experiencia tan agradable, cualquier lugar puede tenerlo”.
Turista en su propia ciudad
Sin sabotearse, Eduardo Monzón ya tenía al turismo como primer plan o el turismo lo tenía a él. Una de dos, pero ya había algo. El punto es que, aunque se preparó y se formó para ser periodista, porque se le da comunicación con fluidez y echar los cuentos como son, hizo el enlace perfecto con lo que le apasiona, pero de forma muy casual, sin pretensiones: viajar, conocer y comunicar.
Así lo hizo cuando regresó de un viaje a la Gran Sabana y quedó atónito con semejante paraíso. “Llegué con la necesidad casi que visceral de compartir esa experiencia”. Sin planificarlo mucho, siguiendo una intuición muy personal, pero con disciplina, se dedicó a escribir en un blog para intentar conectar con alguien ávido de seguir conociendo a su país.
Eduardo ha transitado por la radio, la prensa escrita, revistas, columnas por muchos años, siempre apegado a su área, a su cultura. Siempre moviéndose, viajando. Buscando algo más, escudriñando su propia identidad como ciudadano.
En esas andanzas se dio cuenta que no había escrito sobre el municipio en el que vive y decidió viajar en su propia ciudad. “Me vine al Centro, comienzo a investigar, a hacer entrevistas, a visitar lugares. Hice un pequeño plan (…) Descubrí un montón de información que yo no tenía ni idea. Comencé a ver el Centro de una manera distinta. No me había detenido sólo a mirar”.
Con esa herencia en sus manos y el recuerdo viviente de la experiencia urbana en Petare, pasó lo que tenía que pasar: “Yo necesito hacer algo más con esto. Yo quiero contarle esto a la gente en el lugar. Que la gente viva un poco lo que yo viví”.
En 2019 nace el proyecto Más Valencia con una primera ruta en la que se sumaron 26 felices curiosos. “Un espacio de visitas guiadas para la interpretación del patrimonio cultural venezolano. Iniciativa ciudadana para construir identidad”.
Así que el empeño de Eduardo volvió a salirse con la suya. Explayándose en compartir junto a su equipo de guías, lo que se puede aprender, descubrir y conocer en una zona popular, en un sector del sur o del norte, en un museo. Sin estigmatizaciones, sin miedo, sin prejuicios, sin vergüenza.
“Descubrí que, así como yo tenía la necesidad de contar ciertas cosas, había una necesidad de la gente de comenzar a conectar”.
Y aunque ese muro de palabrerías negativas no se ha demolido del todo, el trabajo se mantiene y debe mantenerse en marcha, en lo colectivo e individual, en lo público y en lo privado, con todo el apoyo necesario, porque sí, porque ahora son muchos los que vienen y van de calle en calle, de plaza en plaza, de parroquia en parroquia.
La gente es feliz conociendo y aprendiento. En absoluta libertad explorativa, turística y cultural como la de una Valentina Quintero fascinada frente a la obra Inducción Cromática del maestro Carlos Cruz-Diez, ubicada a lo largo de la torre Stratos en la avenida Bolívar Norte, cerca de la redoma de Guaparo.
O el asombro de un carabobeño al encontrar en la parroquia San Blas, la única plaza (La Glorieta) en Venezuela que está dividida por una calle (Colombia); ver en el Museo Casa de los Celis la obra original de la Bacante (1912) del artista Andrés Pérez Mujica; o deleitarse con el diseño neoclásico y neobarroco del Teatro Municipal de Valencia, inspirado en la estética Beaux-Arts del teatro de la Ópera Garnier, en París. En fin, minas de oro que solo brillan si te acercas.
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Vamos
Cuánta razón tiene Eduardo Monzón cuando dice que hacía falta un componente ciudadano, que la propia gente tomara sus espacios, su protagonismo, que se reconfigurara la realidad, con absoluta necedad.
“Lo primero que nos preguntan es si es seguro, si no va un policía con nosotros. ¿Puedo llevar el celular? ¿Puedo llevar la cámara? Y nuestra apuesta siempre fue: ¡Vamos! ¡Y vamos juntos! ¿Por qué vamos a tener miedo?”.
Gracias a esto se ha ido creando un sentimiento de comunidad, de ver a 20 o 25 personas caminando por sus calles durante visitas guiadas de una o dos horas, sintiéndose dueños de sus espacios dentro de su propia ciudad. Un experimento tan retador como hermoso que ha dado sus frutos en Valencia, Puerto Cabello y Caracas.
Ahora la misión es doble con Viva Patrimonio, otro proyecto que busca “promover el patrimonio cultural inmaterial de Venezuela, su vínculo con el turismo y el desarrollo sostenible”. Desde aprender a bailar tambor hasta conocer la esencia de los ciclos festivos y el sincretismo cultural.
“Buscamos que la gente conecte desde el punto de vista emocional pero también intelectual. Que se cree un sentido de valoración… de por qué debo conocerlos, de por qué son importantes, por qué debo conservarlos (…) Cuando se conoce un poco más de la historia, te interrelacionas de una forma distinta con el espacio público. Algo cambia en ti, tu identidad cambia. Es un tema muy humano”.
Hay que estar ahí
Sin titubeo, Eduardo se ve sumergido en este universo tan diverso, y de por vida, “pero cada vez buscando maneras distintas de llegar a la gente”. Él sabe que es necesario insistir para que muchos se animen a regalarse la oportunidad de hacer algo nuevo, algo diferente.
A decir verdad, no hay excusas. Hay que empecinarse en aprovechar lo que hay y disminuir la queja por lo que falta. Permitirnos conectar con algo que nos sume, que nos de paz, tranquilidad. Sin criticar, sin juzgar, sin chismorrear si es del norte o del sur. Permitirnos estar ahí para poder replicar con base. Porque, ¿qué pasaría si la cultura y el turismo desaparecen? ¿Si se acabaran las oportunidades?
“Estaríamos muertos en vida. Si algo estamos entendiendo hoy en día los venezolanos, es que nuestra esencia viene dada por la cultura, por nuestra forma de ser, por nuestra historia. Lo que nos hace verdaderamente únicos es conocer quiénes somos, reconocernos en nuestra identidad. Eso nos da una fortaleza increíble. Afianzarnos en nuestra cultura es vital, es primordial. Eso nos da una base intelectual y emocional muy importante (…) Todas las sociedades que de cierta forma son exitosas, que han dado un aporte a la humanidad, es porque tienen una cultura fuerte, robusta, que les permite compartir algo distinto con el mundo”.
Entonces sí, debemos vernos en las calles, en las plazas, en los teatros, en los museos…
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