Muchos observan con extrañeza y otros saludan como un amigo más a ese hombre de afro, piel morena y ojos de color café guayoyo, que viene desde Chirgua para transitar por las populosas calles del Centro de Valencia, desde hace 30 años con una herencia tras su espalda.
El abandono de su madre no le impidió crecer y «ser alguien en la vida», pues su padre le dejó «algo» con lo que ha podido vivir desde hace mucho tiempo: el arte de la música. «Él nunca me enseñó a tocar ningún instrumento, pero él era músico y yo traje eso en la sangre, así que cualquier cosa que yo agarre, puedo tocarla, lo veo y aprendo de una vez», comentó «el señor del afro».
Acordeón, arpa, contrabajo, cuatro y guitarra, son parte de los instrumentos que maneja este artista empírico, pero esta última ha sido su fiel compañera para su trabajo, en el que la calle es su oficina. Sus hijos también son herederos sanguíneos de esta pasión, por eso el carabobeño resaltó que «aprendieron solos como yo».
Dar sin recibir
Regalar parte de su herencia al público, con temas de Los Terrícolas, Los Pasteles Verdes, Pedro Infante y Antonio Aguilar es «un don que hago obligado así no me den nada«, pues su amor por la música se interpone, a pesar de que este sea su único sustento.
No solo debe conseguir para comer, sino también para mantener a su fiel compañera, la guitarra; «está algo dañada, pero igual hay que trabajar (…) y esperar que alguien pueda regalarme una».
Sus bolsillos no se llenan con mucho, «como la gente me tiene cariño, a veces me dan comida y hasta ropa», comentó con emoción. Entre 2 mil 500 y 3 mil bolívares es lo que recauda en un día de trabajo, ganancia que divide entre su familia y el gasto de las cuerdas para su instrumento musical, «pueden costar desde mil 700 hasta 8 mil bolívares».
Un brinco a la fama
Al preguntarle sobre lo difícil que es laborar en las calles, este señor respondió: «El público, hay que sabérselo ganar. Aguantar críticas, lo que te dicen. Hay que aguantar muchas cosas que a uno como artista le molestan». Sin embargo, reconoció que visitar suelo valenciano «es lo máximo (…) todos son como una familia para mí».
Con convicción aseguró que estar en la calle es lo que le permite aprender más, «la mayoría de los cantantes han pasado por esto que estoy pasando yo, Oscar D’León fue taxista, hasta que alguien lo vio y llegó a ser grande. Eso es lo que estoy esperando yo». Además, no dudó en confesar con nostalgia que sueña con cantar junto al «Sonero del mundo».
Pero, de no haber sido músico, su pies seguirían caminando por el arte, «me gusta la pintura por ejemplo». Resaltó que su lema va enfocado en «hacer arte«, pues cree que todos los seres humanos debemos desahogarnos de esta manera. Así que, cuando su cuerpo no pueda deambular por las calles, «me encantaría dar clases de música, incluso desde ya».
Sueños «de turista»
En relación a su llamativo cabello, no pensó al afirmar: «Esto no es una peluca, esto es de verdad, ha crecido por 11 años». Sin duda, un aspecto que caracteriza «su fama» con el recordado estilo de la década de los 50, el cual no pretende «rebajar», ya que al público le gusta y eso lo hace «más popular», tanto así, que hasta suelen llamarlo Peko Kanvas.
A las 9 de la mañana ya tiene listo los acordes para presentar su primer concierto, en el que incluso acepta peticiones para complacer sus público. Al caer la noche su cama es alguna acera o pedazo cartón, «duermo por ahí (…) en la calle, cual turista», pues regresa a ese pueblito de Bejuma luego de 6 días, cuando sus bolsillos tengan algo de peso.
Y así transcurre la historia de Carlos Alberto Aquino Linares, un hombre, padre y artista de 56 años que deja su herencia por las calles, esa que cobró cuando apenas era un niño, imaginándose que está en un gran escenario recibiendo los aplausos de miles, «yo cierro los ojos y si hay 10, pienso que son 500 personas».
Redacción: Raquel Almérida / Noticias24 Carabobo