Alberto había comprado su Daewoo Cielo con mucho esfuerzo, pero una carrera hasta El Mirador le cambió la vida. Era amante de la Fórmula Uno y seguía los estudios en un conocido Instituto de Valencia. Soñaba con ser ingeniero electrónico ya que sus estudios iban adelantados.
Se molestaba si a los taxis blancos le llamaran “patas blancas” u “800 choque”, afirmaba que no todos manejaban mal. “Una carrera hasta El Mirador” le dice una chica de ojos claros bien vestida; a las afueras del IEQ de Los Mangos.
Notó que la muchacha lloraba hasta más no poder, mientras veía un sobre que llevaba en la mano. Alberto no quiso ser imprudente mientras veía a la muchacha por el espejo retrovisor. ¿Será que le pregunto que tiene?, dijo Alberto para sus adentros.
“Mejor me quedo tranquilo viendo mi avenida y fijo en el volante, ya bastante problemas tengo”. Se desplazaba por la Autopista cuando veía que la muchacha lloraba desconsoladamente. ¿Le pasa algo señorita? –preguntó el taxista-. La chica de ojos claros le dijo entre sollozos, ¿usted está muy apurado?… “le pago el día… quiero ver a alguien”…
El taxista le preguntó… “depende para donde vaya… usted me dice y me paga y yo le cumplo con el traslado”. “Llévame a la calle Venus de El Trigal, quiero ver a alguien”. Aprovechando que estaban relativamente cerca sube de inmediato por el distribuidor.
Una carrera hasta el Mirador
En los edificios al final de la calle Venus la muchacha seguía llorando y esperando a ver si salía una persona. Alberto permanecía en silencio hasta que al tiempo salió un hombre maduro de sienes plateadas; al percatarse de la chica trató de devolverse.
Alberto se sorprendió a ver a la muchacha llena de ira y comenzó a insultar al hombre. ¡Tú sabes bien lo que me hiciste cobarde! Decía la joven con un sobre en la mano. ¡Ahora te vas cobarde! ¡Dile a tu mujer lo que me hiciste!.
La muchacha se echó a llorar mientras Alberto la veía, como buen caballero le dio el pañuelo para las lágrimas. Se quedaba viendo el rostro de la joven por el espejo mientras esta seguía con el llanto.
Le pidió que arrancara y diera unas vueltas por la ciudad… “vamos a dar vueltas por la avenida Bolívar”. Alberto prendió el carro y hasta le dijo si quería que le pusiera música pero la muchacha se negaba a hablar mucho.
“La conversa”
Alberto comenzó a sacarle conversación a la muchacha tratando de que esta cambiara el ánimo. Llevaba rato llorando y los ojos los tenía hinchados; “no estoy de ánimos para una conversa, pero sigue yo te escucho”.
Mientras el tiempo corría Alberto pensó que no importaba ya que la carrera al menos le saldría por unos 200 mil bolívares. “Bueno, siempre y cuando me pague, todo estará bien, uno es taxista”, dijo Alberto mientras veía a la muchacha por el espejo.
La muchacha le dijo “sabes algo la vida es incomprensible es a veces una ruleta rusa, nadie comprende a uno”. Él le iba a contestar cuando la muchacha le dijo… “déjame desahogarme y contarte varias cosas”.
“La vida es algo que uno no comprende, yo soy joven y siento que la vida se me está yendo por un hueco”. La muchacha siguió con su relato y llorando “la vida es bonita pero debes cuidarla”. Alberto se mostraba atento a lo que decía.
El sorpresivo pago
Luego de escuchar los relatos de la joven, circulaban por la Redoma de Guaparo cuando la chica le dice… “lléveme a Residencias El Mirador por allí Naguanagua vieja”. Alberto le preguntó… “usted vive allí”… “voy a ver si está una amiga”, respondió ella.
Llegaron al lugar y veía que la muchacha cada vez estaba más nerviosa, y hablaba mucho más rápido. “Yo espero que abran la puerta y busco el dinero, la familia de mi amiga siempre está arriba”. Alberto vio que cuando se bajó del carro, ella tenía los billetes en la mano.
“Pueda que me tarde un poquito”… le dijo con una sonrisa cortada y una mirada de despedida. Al cabo de un tiempo Alberto esperaba cuando sintió un golpe seco y unos gritos… la joven se había lanzado del décimo piso.
Unas señoras buscaban una sabana para tapar a la muchacha… “tenía una prueba de VIH positiva en la mano y 200 mil bolívares”…
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