La inteligencia emocional es un concepto que se diferencia de la inteligencia racional o clásica para englobar a la capacidad de las personas de controlar, percibir y analizar tanto sus propias emociones, como las emociones ajenas. Es una forma de la inteligencia que muchas veces, aún hoy, se pasa por alto, pero que tiene una influencia enorme en los procesos de decisión de las personas y, en última instancia, en su calidad de vida.
Las emociones influyen fuertemente en la manera en que una persona se relaciona con su entorno, en su cotidianidad, tanto en el trabajo como en el hogar, a la vez que consigo mismo. La capacidad que cada uno tiene para interpretar, procesar, entender y reaccionar a las emociones es un factor determinante para una vida social saludable y exitosa. No solo en cuanto a la estabilidad emocional propia, sino a la posibilidad de reaccionar adecuadamente a las emociones ajenas.
Desarrollar la inteligencia emocional
Así como es posible desarrollar la inteligencia racional a través de, por ejemplo, el estudio académico, es igual de factible (e importante) desarrollar la inteligencia emocional. Una inteligencia emocional más desarrollada se traduce en una persona mucho más empática, cualidad fundamental para una cantidad de situaciones y procesos, como comprender el porqué de determinadas acciones, por ejemplo; mucho más precavida, ya que facilita la posibilidad de controlar las reacciones emocionales al reconocer tanto los disparadores que generan la reacción, como el estado emocional que predomina en el momento, entendiendo que este es temporal y que quizás no sea el estado emocional ideal para tomar una decisión; y mucho más consciente de sí misma, al entender (y aceptar) los procesos emocionales por los que está pasando, logrando un estado emocional más estable y controlado, mejorando, así, la calidad de vida.
Una de las maneras más potentes de desarrollar la inteligencia emocional es, simplemente, hablando con extraños. En este sentido, uno de los principales problemas que encuentra la gente es atreverse a hablarle a un extraño, por no saber qué decirle, por miedo al rechazo o, incluso, por miedos relacionados a la seguridad (miedos, por otro lado, perfectamente justificados). En este contexto es en donde las plataformas de citas como Omegle, Hinge, OkCupid, OmeTv o Tinder, pueden jugar un papel fundamental, al funcionar como puentes entre personas que quizás, de otra manera, no se hubiesen conocido.
Hablar con una persona desconocida nos proporciona todo un nuevo perfil emocional con el que relacionarnos, nos abre las puertas a una forma diferente de pensar y de sentir, de razonar y de reaccionar a los problemas que encontramos en la cotidianidad de nuestras rutinas. Pone a prueba nuestra percepción de los desconocidos, posibilitando que expandamos nuestra empatía hasta nuevos horizontes, que aceptemos las diferencias que nos separan, y que reconozcamos las similitudes que nos unen, a la vez que mejora nuestra capacidad de escuchar, al ponernos en una situación extraña, o ajena a nuestra cotidianidad.
Hablar con extraños es el equivalente emocional de leer un libro nuevo: todo lo que el extraño tiene para ofrecernos, tenemos nosotros para aprender.
