Juan José había llegado a una ciudad, era el año 1989 y le tocaba la primera noche de guardia en el liceo. Era uno de los tantos liceos que había nuevos en la ciudad, eran las casas antiguas transformadas en aulas de clase.
El soldador busco un trabajo adicional en el liceo, se llevó un radio, como una cobija ya que se cuidaba el liceo. Pero también se aprovechaba de echar un “camarón”, y así tener un sueño rápido.
Pero aquella noche de noviembre de 1989 escuchó el juego de beisbol. Apagó la radio a la una de la madrugada y fue cuando decidió dar una ronda por los largos pasillos del plantel educativo.
Juan José se sorprende de escuchar en una de las aulas que estaban en el pasillo, risas y murmullos. Dos luces iluminaban el pasillo y decidió acercarse pero en la misma no había nada, se sorprendió cuando escuchó pasos rápidos.
Eran como zapatos de suela, el ruido de los pasos cortaban aquel silencio nocturno en el liceo. Escuchaba otros pasos como corriendo por otros pasillos, pero sin ver a nadie. “Es extraño esto”, dijo el centinela.
La primera noche de guardia
Juan se quedó sentado en uno de los bancos que había en el pasillo, mientras el silencio volvió a apoderarse del lugar. Escuchaba sonidos secos, eran como golpes que daban en la pared como de repente volvía de nuevo el silencio al lugar.
Respiraba profundo, como se sorprendía de cómo aquellos ruidos interrumpían la tranquilidad de la noche. Escuchaba risas de jóvenes, pero en los salones no había nadie. Aquella experiencia fue aterradora.
Su tiempo allí fue poco, se marchó por conseguir un trabajo de soldador, con el tiempo conoció al antiguo vigilante del viejo liceo. El cual comentó acerca de los extraños ruidos que se escuchaban en el liceo.
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