Una de las más importantes figuras de la literatura británica del siglo XX, Virginia Woolf nació el 25 de enero de 1882, en Londres rodeada de todos los antecedentes familiares necesarios para convertirse en una escritora de altura.
Su padre Leslie Stephen era un reputado historiador, editor, crítico, escritor (y alpinista) que se codeaba con famosos autores victorianos de la altura de Henry James.
Su madre (Julia Stephens) era sobrina de la fotógrafa Julia Margaret Cameron. Conocida por su belleza, fue modelo del pintor prerrafaelista Edward Burne-Jones. En la casa de los Stephen, Woolf creció en un privilegiado ambiente intelectual.
Desarrolló con un estilo propio en novelas como La señora Dalloway (1925) y Al faro (1927) la técnica narrativa del Stream of Consciousness (flujo de conciencia), el monólogo interior que imita nuestro modo natural de pensar, con imágenes, ideas y sentimientos que cruzan fugaces la mente.
Orgullosa siempre de haber sido autodidacta, la vida de Virginia Woolf se puede resumir un estilo literario en constante experimentación y buscando siempre la identidad propia de unos personajes con gran sensibilidad y nostalgia.
Woolf está considerada como una de las escritoras más importantes del siglo XX. Su técnica narrativa del monólogo interior y su estilo poético destacan como las contribuciones más importantes a la novela moderna.
La publicación de sus cartas, ensayos y diarios una vez fallecida, y a pesar de los esfuerzos de su marido por evitarlo, han significado un legado muy valioso tanto para los futuros escritores como para lectores que buscan obras que se salgan de lo convencional.
Cuando Virginia tenía 13 años, en 1895, su madre murió de forma repentina por fiebre reumática. Desde ese momento, aún adolescente, y pese a su curiosidad por aprender alemán, griego y latín, comenzó a sufrir estados anímicos depresivos que se convirtieron en crónicos y que con frecuencia le hacían cambiar de ánimo, lo que hoy está diagnosticado como trastorno bipolar de la personalidad.
Sin remedio, su vida estuvo ya siempre marcada por ese vaivén emocional que influyó de manera decisiva en su obra y que la obligó a pasar algunas temporadas en lo que en aquellos años se conocía como casas de reposo, y que no eran más que psiquiátricos.
Los cambios de humor y las enfermedades asociadas que sufrió influyeron en su vida social pero no así en su productividad literaria, que mantuvo con pocas interrupciones hasta su muerte.
Desde sus inicios en la literatura, Virginia Woolf siempre quiso ampliar sus perspectivas de estilo más allá de la narración al uso, con hilos conductores guiados por el proceso mental del ser humano: pensamientos, consciencia, visiones, deseos y hasta olores. Perspectivas narrativas, en definitiva, inusuales, que incluían estados de sueño y prosa de asociación libre.
Mejores frases de Virginia Woolf
- “Cada secreto del alma de un escritor, cada experiencia de su vida, cada atributo de su mente, se hallan ampliamente escritos en sus obras”.
- “No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente”.
- “El amor es una ilusión, una historia que una construye en su mente, consciente todo el tiempo de que no es verdad, y por eso pone cuidado en no destruir la ilusión”.
- “La vida es sueño; el despertar es lo que nos mata”.
- “Uno no puede pensar bien, amar bien, dormir bien, si no ha comido bien”.
- “Las mujeres han vivido todos estos siglos como esposas, con el poder mágico y delicioso de reflejar la figura del hombre, el doble de su tamaño natural”.
Con información de El País y 20 Minutos