«Todavía tenemos un problema con el Covid. Todavía estamos trabajando mucho en ello, pero la pandemia ha terminado», fueron las palabras del presidente estadounidense, Joe Biden durante una entrevista.
Sin embargo, para Rafael, un brasileño de 38 años no es el caso, quien todavía vive con el temor de ser contagiado y esto causar su muerte, es por ello, que más de dos años después no ha dado ni un solo paso fuera de las puertas de su hogar.
Rafael, recuerda las últimas tres veces que salió de casa como si fuera hoy.
«Paseé al perro en la cuadra de mi condominio, fui a sacar copias de documentos en una tiendita y tuve que ir a un shopping», cuenta.
Estos episodios ocurrieron en marzo de 2020. Desde entonces, nunca ha salido del departamento de 45 metros cuadrados que habita en la Zona Norte de Río de Janeiro.
Para Rafael, la necesidad de permanecer encerrado por la pandemia de covid-19 hizo que su propia casa se convirtiera en una prisión, de la que aún hoy no puede salir, por temor a contagiarse de coronavirus y desarrollar la enfermedad más grave.
«Extraño mucho sentir el sol, ir al supermercado, ir al centro comercial…», dice
Como prueba viviente de este período, guarda varias botellas de alcohol que compraba para desinfectar alimentos u objetos, y una bolsa donde acumula la mayoría de los cabellos que comenzaron a caerse de su cabeza con mucha frecuencia durante este período.
Cuando se puso en contacto con BBC News Brasil para contar su historia, Rafael esperaba poder desahogarse, además de ayudar a otras personas en todo el mundo, que se encuentran en situaciones similares.
«¿Cuántas personas podrían estar atrapadas en casa ahora mismo, sentirse solas y no tener el apoyo necesario para salir de esta situación?», se pregunta.
Cambio de hábitos
Rafael trabaja como freelancer: da asistencia y apoyo a una persona con autismo, a la que ayuda con los trámites y las tareas del día a día.
Con la pandemia, todas las tareas pasaron a hacerse de forma remota, con intercambio de mensajes y llamadas.
De hecho, con la necesidad de un confinamiento por la propagación del virus, esta persona con autismo comenzó a ayudar mucho al propio Rafael, brindándole apoyo emocional y ayudándolo con tareas básicas, como llevarle algunas compras de supermercado.
Antes de la propagación del covid, Rafael compartía el departamento con su madre y dos sobrinos.
Sin embargo, el recrudecimiento de la pandemia, la necesidad de quedarse en casa y las exigencias de redoblar los cuidados de higiene generaron algunos conflictos entre ellos, lo que hizo que los otros tres familiares cambiaran de domicilio en 2020.
En el pasillo de entrada de su departamento, que da acceso a la sala de estar, colocó un pequeño baúl que delimita hasta dónde pueden ingresar mensajeros y familiares.
Al lado del baúl, instaló una mesa. Aquí es donde se dejan los pedidos de comida y farmacias. También hay bolsas con basura reciclable que se acumulan y solo se tiran cuando pasa alguien que conoce y se las lleva.
Sin embargo, cuando ocurren estas visitas, Rafael nunca se encuentra en el mismo ambiente. Al enterarse de que viene alguien, deja la puerta principal abierta y se encierra en la habitación hasta que la persona se va.
Al principio, la preocupación por la higiene era tan grande que incluso pedía comida a través de aplicaciones de entrega, pero, por temor al coronavirus, volvía a poner la comida en el horno.
«Muchas veces comía bocadillos y papas fritas quemadas porque dejaba la temperatura demasiado alta o por mucho tiempo», dice.
«Hoy he mejorado un poco y ya no siento la necesidad de llegar a ese punto», agrega.
¿Cuál es el límite?
Rafael se angustia al ver que la gente está volviendo a la vida y abandonando todas las restricciones que han marcado los dos últimos años, como el uso de mascarilla, la higiene de manos y el distanciamiento físico.
«La pandemia no ha terminado», apunta.
Consultado sobre en qué situación cree que estará dispuesto a salir de casa y retomar la rutina, Rafael respondió:
«Para mí, el número ideal sería cero. Pero creo que a lo mejor me sentiré un poco más cómodo para salir cuando vea entre cinco y diez muertos por covid», estima.
Además del seguimiento psicológico semanal, dice que también hizo citas con el psiquiatra, quien le recomendó el uso de medicamentos para aliviar la ansiedad.
Más común de lo que se piensa
A pesar de llamar la atención, la historia de Rafael se repite, en mayor o menor medida, con otras personas, según expertos con los que habló BBC News Brasil.
Aunque no hay estadísticas oficiales sobre a cuántos les cuesta salir de casa y retomar su rutina en esta «nueva normalidad», el psiquiatra Rodolfo Furlan Damiano, que no trata directamente con Rafael, admite que «esas historias aparecen en la rutina diaria de la oficina».
«Son casos muy particulares, vinculados con un aumento en la prevalencia de los trastornos mentales en los últimos años», contextualiza el médico.
Por otra parte, el profesor Paul Crawford, del Instituto de Salud Mental de la Universidad de Nottingham, en Reino Unido, coincide en que el encierro prolongado y el aislamiento social tienen varios efectos nocivos sobre el bienestar, pero afirma que existen antídotos que ayudan a lidiar con esta condición.
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