Gastón había llegado de Madrid a Caracas, en octubre de 1976 se quedaba viendo los edificios. La vieja mesa de billar le pareció atractiva y la compró casi regalada… “llévesela es casi un regalo, me interesa salir de ella, me voy de viaje”; le decía un hombre.
El español vio la mesa lijada en algunas partes pero pensó que la misma era lo mejor para su negocio. En la avenida Baralt colocó una cervecería, financiada por otros europeos. “Te vas a sorprender Gastón, esta tierra es maravillosa”; decía su primo Manuel.
Aquellas primeras noches vio el negocio próspero salvo las peleas que se formaban justamente en la mesa de juego. Cada semana la cambiaba de sitio y justamente donde la ponía se formaba siempre una pelea. “No quiero creer que eso pase, pero algo tiene la mesa”.
Cada noche, lo más buscado era la mesa por los que llegaban a jugar y colocaban el dinero a apostar. Todo el mundo esperaba el turno para jugar una buena partida de billar en la mesa. Gastón estaba sorprendido.
“No importa las peleas, la mesa la voy a dejar”, decía Gastón. Aunque su primo Manuel le decía que lo mejor era venderla. “Me va bien con la mesa, la gente viene a jugar, termina peleando claro pero no quiero venderla”; decía el hombre.
La vieja mesa de billar
Gastón comenzó a observar que conforme el negocio iba prosperando por la venta de espumosas se hacía más violento el ambiente por la mesa. Al otro día se quedó viendo la madera y habían lijado donde se había quemado.
“Si yo vengo a este negocio es a jugar y apostar”, decía un hombre al llegar al lugar. Pero todo el tiempo en las noches las peleas y golpizas se hacían frecuentes. “Uno ya tendrá que venir a apostar por quien gana en la pelea por la mesa y el juego”, comentaba uno de los hombres a Gastón.
El español se sorprendía y seguía al otro día observando la mesa que ponía cada semana en un lugar diferente del negocio. Las ganancias eran muchas y en apenas meses había acumulado dinero.
Fuego para limpiar
Aquella noche llegó un hombre alto vestido de negro y pidió tres tragos consecutivos y le dijo a Gastón una frase que lo desconcertó. “Español sirva fuego para limpiar”, aquella noche el hombre arrasaba en el juego del billar en la misteriosa mesa.
Gastón se había acordado de las marcas de fuego que habían estado en la madera de la mesa. El hombre soltaba carcajadas mientras esperaba por sus rivales. “Esta noche nadie me ha ganado”; “ey español sírvame fuego para limpiar”, volvía a repetir el hombre vestido de negro.
Hasta que el hombre retó al dueño del negocio… “Gastón vamos a echar una partida y si ganó… la mesa es mía”; el español aceptó el reto. En tres partidas cuando eran ya las tres de la mañana no vio luz con el rival. “Se los dije nadie me va a ganar y la mesa me la voy a llevar”; aquel hombre cada vez que ganaba decía palabras extrañas…
¡Fuego y más fuego!, mientras se vendaba los ojos para mostrar que era infalible con las bolas del billar. Las personas estaban rodeando aquella mesa y el hombre bebía más tragos sin sentirse embriagado y soltaba fuertes carcajadas; lo que ponía nervioso a Gastón. Se vio humo debajo de la mesa y la gente salió corriendo del lugar”.
Al otro día reportaban varias personas heridas en el local del español. “Mire que curioso, capitán García”, decía uno de los bomberos… “lo único que no sufrió daños en el negocio del español fue la mesa de billar; el fue el único que murió».
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