Eran las cuatro de la mañana en Caño Amarillo, Caracas, cuando Gerardo apostaba algo de dinero para la buena suerte. El hombre de las barajas le gustaban los juegos de loterías; terminales, además del ajiley, carga la burra, entre otros juegos con las cartas.
La abuela Úrsula le dio un juego de cartas españolas con las cuales siempre ganaba; estas siempre estaban envueltas en un fino pañuelo de seda rojo. “Mijo aquí están estas cartas, pero de jugar con ellas debes hacerlo pasada la medianoche”; dijo la abuela Úrsula.
Era aquella Caracas del año 1973 donde el Caso Vegas Pérez acaparaba la prensa; las voces gruesas se oían en las emisoras. El hombre le dijo a la abuela… “Abuela pero para jugar se puede jugar a cualquier hora”.
La respuesta de Úrsula fue tajante e incluso cortante… “pasada la medianoche, de las doce en adelante, hasta el primer rayo de sol”. Pero Gerardo era un hombre que poco cumplía las normas; y esa de era una que pronto iba a violar.
El hombre de las barajas y su buena suerte
“Mira panadería aquí al que le sonríe la suerte es a mí, yo siempre voy a ganar”; decía Gerardo. El hombre le fascinaban los fines de semana, incluso el jugar dominó o cartas lo hacía; pero se tenía que jugar con lo que le había dejado la abuela.
“Con esto compraré también algo para tomar y para poder vencer”, decía siempre desde el viernes. La familia a pesar de que lo veía como un vago y adicto a los juegos poco le reclamaban; ya que aportaba dinero para la comida y los gastos.
“Mientras el juegue, aporte y de para la comida, puede seguir jugando”, decía la mamá de Gerardo. El hombre despertaba al mediodía y ya en horas de la tarde del sábado se alistaba. “allá viene Gerardo con sus cartas embrujadas”, le decían los amigos.
En Caño Amarillo el hombre era conocido aparte de Gerardo como el hombre de las barajas. “Se los dije yo no pierdo con esas barajas que me dejó mi abuela”; decía al ganar más de 360 bolívares en una noche.
Las jugadas
Pasada la medianoche el hombre llegaba a las partes a apostar, incluso en barrios caraqueños donde lo conocían. “Ese catire no pela compadre, es un gallo, gana donde lo pongan”; decían los apostadores.
Siempre iba a de parte en parte incluso jugaba siempre y cuando se jugara con sus cartas. “Mi condición es luego de la medianoche y con mis barajas”, decía el hombre. El dinero en meses iba creciendo incluso, compró una moto; además de una chaqueta de blue jean.
La avaricia y el querer más
Pero en Chapellín le dijeron que querían apostar una buena cantidad, pero podía ir con sus barajas pero empezaban desde temprano. “Bueno que la abuela me perdone pero desde las siete y cuarto estaré allá”; dijo el hombre.
Gerardo salió de su casa en Caño Amarillo para llegar a Chapellín; varios hombres lo esperaban. “Llegó el tipo ganador, vamos a ver qué es lo que trae”. En apenas dos horas Gerardo había arrasado en las partidas de ajiley.
Los apostadores de Chapellín se sorprendían de que todo lo favorecía; “si termino temprano me largo le decía a los apostadores”; “Como usted quiera mi llave, nosotros lo invitamos a jugar. El hombre alistó todo para salir a las diez y media de la noche”; de hecho tomó el dinero y salió.
Gerardo aseguró las cartas y prendió la moto… “es sábado yo no me traje casco”; pero mejor me voy de aquí”. Recordaba lo de la abuela y la medianoche… “bueno abuela ya gané”. Salió a toda velocidad hasta llegar a la Calle El Empalme y tomar la avenida Libertador; pero no se dio cuenta de un carro negro que salió y lo embistió y se dio a la fuga.
Sintió que le dolía todo el cuerpo aún con la poca fuerza que tenía tocó su bolsillo para ver si llevaba las cartas. El hombre lo trasladaron de inmediato a uno de los hospitales de la capital donde falleció a la medianoche. “Doctor… el nombre del paciente es Gerardo Pérez, según se cédula murió con unas cartas envueltas en un pañuelo rojo en la mano”.
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