Alberto había llegado con el fin de llevar la palabra del creador a la zona del litoral central hace décadas. El pozo en Vargas quedaba un poco apartado de las casas para ese tiempo y por lo cual era como un escape para ir los días libres.
Para Alberto estar en aquella zona era una maravilla, no tenía nada que ver con la fría zona de España donde vivió. De hecho, el mágico color verde, ligado al sonido de las aguas le daba esa sensación de estar en un paraíso.
“Al hombre le gusta ir para el río”, decía Felicia una de las lugareñas que conocía el pozo. Ya el religioso conocía a mucha gente de los pueblos cercanos. Hacía amistad aunque siempre prefería estar solo.
Los árboles, la brisa, el agua cristalina del río, le movían las ganas de conocer todo el lugar. “Venezuela es tan hermosa”, decía Alberto. Muchas mujeres se quedaban escuchando lo que decía el hombre desde uno de los templos.
“Es que desde que ese hombre llegó aquí viene mucha gente a verlo, esa iglesia se llena de mujeres”, decía Amaranta, una de las mujeres del pueblo. Pero aquel pozo era una verdadera aventura para la gente aunque ya que Evaristo le había dicho al religioso que tuviera cuidado.
“Cuidado con ese pozo, eso profundo, hay que tener cuidado para estar allí”. Pero para Alberto aquello era una atracción natural. “No se preocupe Don Evaristo, yo sé nadar muy bien”, decía el religioso con marcado acento español.-
El pozo en Vargas
Las personas los domingos se acercaban al afluente a hacer sancochos y hasta bailar con tambores que llevaban. De hecho, eran los tiempos de mayo cuando el calor está a punto de reventar en las costas venezolanas.
El religioso se quedaba maravillado de la gente pero también con el baile excelso de las mujeres y el movimiento hechizante de sus caderas. “La gente dice que el que viene aquí, no se va se enamora de este lugar y se queda”, decía Evaristo a Alberto.
Alberto se lanzaba y nadaba en aquellas aguas y en aquel pozo… que sigue siendo una incógnita su profundidad. “Son doce metros”, “16 metros…”, dicen todavía los muchachos del ahora estado La Guaira.
Las marcadas rocas se veían abiertas por el paso del agua, las personas decían que Alberto se iba al lugar siempre solo. “Para mí ese hombre se va siempre con una mujer”, decía Adela, una de las damas del pueblo.
Un día de lluvia
Pero un domingo caluroso, Alberto se marchó al lugar pero el cambio de clima llegó de repente y una tempestad se apoderó del paradisiaco lugar. El religioso quien acostumbraba a defenderse en las aguas turbias no llegó aquella tarde.
“Y ahora que se hizo este hombre”, decía la comunidad de la costa del litoral central. Unos decían que se fue solo, otros con unos amigos y otros con una bella mujer al lugar…
Pero hasta ahora sigue siendo una de las leyendas más famosas… la del Pozo del Cura como se conoce este maravilloso lugar en el oriente de La Guaira o Vargas; como ustedes le prefieran llamar…
El famoso lugar se encuentra entre los pueblos de Caruao y Chuspa en La Guaira. **El relato está hecho en base a la leyenda del Pozo del Cura en Vargas.
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