Este martes Kenia volverá a enfrentar en las elecciones presidenciales a dos viejos rivales a Uhuru Kenyatta y Raila Odinga. En condiciones de extrema precaución ante el temor de que vuelvan a estallar actos de violencia, como sucedió en 2007.
Kenyatta de 55 años, hijo del primer presidente del país lidera la predominante tribu kikuyu, y el opositor Raila Odinga, de 72 años proviene de la etnia luo, molesta por años de exclusión de poder estatal.
El recuerdo de la ola de violencia en las elecciones de 2007 persiste. Murieron más de 1.100 personas y hubo 600.000 desplazados. Odinga ha pedido a sus seguidores «permanecer donde se registraron como votantes y votar«. Afirma que «la Policía debe asegurar que todos los kenianos, con independencia de su afiliación política, estén a salvo», pero la respuesta policial no fue menos brutal que la masacre desatada en 2007 y el miedo en el ambiente es patente.
El entonces presidente Mwai Kibaki fue proclamado vencedor con tan solo 200.000 votos de ventaja sobre Odinga, quien no aceptó los resultados. Hubo un baño de sangre, pues la Corte Penal Internacional vinculó al actual mandatario y entonces viceprimer ministro, Kenyatta, con estos crímenes de lesa humanidad. Tuvo que archivar el caso por falta de pruebas para procesar al mandatario por la desaparición de testigos. En comparación los siguientes comicios de 2013 fueron más pacíficos.
Tanto en la capital Nairobi como en otras ciudades donde cohabitan diferentes tribus se registran movimientos de población. Los vecinos se vigilan con recelo. Cada tribu procede de una zona y muchos optan por alejarse de los barrios con división étnica con destino a sus lugares de origen. Los que se quedan se abastecen y se preparan para lo peor.
Pese a ser la potencia económica de África Oriental la pobreza y la desigualdad siguen siendo enormes en Kenia. A ello se añade la nefasta influencia de una mentalidad determinada por las etnias. Existen más de 40 tribus con sus privilegios y tradiciones. Si alguien de una tribu ocupa un puesto importante, a los suyos les irá bien. Es por tanto un arma arrojadiza peligrosísima alentar los conflictos tribales para acceder al poder.
Con información de El Economista