Siente la curiosidad absoluta y el deseo de saber o averiguar las cosas. Así se presenta de entrada, como un curioso innato. Sus ojos color guayoyo siempre están en movimiento, dispersándose en busca de encontrar algo… códigos, señales.
Ronald Pizzoferrato no se deja ver su rostro, se siente cómodo protegiendo la libertad de su identidad; pero su cara visible es Malandro Photos, un proyecto convertido en una marca semióticamente comunicativa.
Sin embargo, Ronald y Malandro Photos son un complemento; es su reflejo más claro. De chamo fue construyendo, sin saberlo o esperarlo, ese apego a elementos visuales que hoy estudia e investiga como un Romain Gavras al cine.
“Yo fui criado por mis abuelos, yo no crecí con mis padres. Y mis abuelos son migrantes italianos. Entonces hubo como una barrera cultural (…) Vengo de una clase obrera. Mi abuelo era camionero y mi abuela cocía. No había ningún vínculo con las artes y ni siquiera una conexión académica. Incluso, yo soy el primer miembro de la familia que logra graduarse de la universidad”.
Esa decisión no fue a la ligera, Ronald practicó artes marciales y al ver que alguien con ciertas habilidades podía mejorar la resistencia o la flexibilidad de un atleta, lo convenció. “Cuando vienes de una familia no tan privilegiada, estudias algo que genere dinero. No hay espacio para estudiar algo que te guste”.
Sin embargo, ser terapeuta ocupacional y ayudar a afrontar obstáculos emocionales, sociales y físicos de los pacientes, también le dejó ganancias para sobrellevar el caos de Caracas y del mundo.
CALLE
“Todo el tiempo veía letras coloridas en revistas, en los autobuses (…) Todas esas tipografías, todo eso me llamaba mucho. Creo que, de ahí, inconscientemente, ya venía esa curiosidad”.
A sus 12 años el mundo del graffiti hizo su llamada clave. Fue la excusa perfecta para estar inmerso en un contexto urbano y artístico, a pesar de las precariedades. Empezó a sentir el movimiento de la ciudad tal y como era.
En esa movida, —como la que mantienen hoy Los CMS y Caribes Tribu—, siempre había un pana fotógrafo que no solo capturaba el resultado del arte, sino que también se llenaba de anécdotas y atenciones. Ronald hizo clic con ese plan.
“Al principio lo empecé a acompañar a él. Pintábamos en la madrugada, y en la mañana volvíamos (…) Empecé a entender la ciudad desde otra perspectiva. Ya ahí estaba más obsesionado con las tipografías y lo que veía. Caracas es bastante estimulante”.
Así fue como Ronald se enamoró aún más del arte popular, de la esencia tipográfica y simbólica que la calle comunica por sí sola.
Por eso empezó inconscientemente a buscar respuestas, a cuestionar la presencia de ciertos elementos, imágenes y hasta dibujos en autobuses. “No puede ser que nadie no tenga una respuesta de esto”.
MIGRANTE
Con la noción de lo que representaba tener una cámara en mano, empezó un curso en el taller de fotografía de Roberto Matas en Caracas, pero no resultó ser su momento ni su espacio. “Lo dejé. No pensé en la fotografía como un oficio”.
Sin embargo, llegaron algunas ofertas laborales que, aunque no tenían mayor exigencia fotográfica, Ronald accedió y aprendió.
Esa dinámica convencional duró hasta 2014, cuando la ciudad de Zúrich se presentó en el mapa. “Yo no me fui por una crisis en ese momento (…) Mi motivo de emigrar fue porque se dio una oportunidad”.
Fue un disparate para su familia, pero un disparate que lo centró y le sigue sumando otras perspectivas de vida. No era la primera vez salía de Venezuela. “Había salido por carretera. A los 19 años hice un viaje por toda Sudamérica en autobús. Una locura. Siempre he estado inquieto, en movimiento”.
De entrada, Suiza se pintó color de rosa, aunque el trabajo allá era claro desde un principio: ser obrero de construcción. Con el tiempo, ese esfuerzo le otorgó el privilegio de cumplir ciertos sueños; como comprarse una cámara anhelada, una Canon Mark II.
“Suiza tiene un sistema migratorio único y especial, ellos tienen un sistema de adaptación, pero no de integración a los migrantes. No les interesa (…) Me empezó a costar encontrar un espacio de evolución. Aquí llegas, eres clase obrera y ahí te quedas. En mi experiencia personal, no lograba ese crecimiento. Luego entendí que tenía que estudiar algo. Ya yo venía con esa curiosidad de estudiar algo de arte. Siempre había querido eso”.
Empezó a crear su portafolio con material que sacaba de sus visitas a Caracas, porque desde entonces, no ha dejado de venir y oxigenarse. Construyó su narrativa y le dio forma al lenguaje de Malandro Photos.
Con eso, se ganó una beca en la Universidad de las Artes de Zúrich, y la maestría en Arte y Diseño con especialización en “Tendencias e Identidad” se hizo real, graduándose con mención honorífica.
“Automáticamente vino un cambio total (…) El espacio del arte fue la zona donde por fin yo entendí que mi voz era escuchada, mi opinión era tomada en cuenta. Y no era solo visto como el negrito latino, migrante. En ese ámbito me sentía como incluido (…) La inclinación del porqué irme hacia la fotografía y el arte, más allá de ser una inspiración o musa, fue una estrategia de instrumentalización en una situación migratoria”.
Sin embargo, Ronald se lamenta de una gran realidad recurrente: tanto en Venezuela como en Suiza, después de ese título “fue cuando empezaron a tomarme en cuenta de una manera seria. Siempre pasa eso. Igual no me lo tomo personal, creo que son procesos”.
Aunque ese desplazamiento ha traído cosas buenas; logros, premios y exhibiciones de su trabajo investigativo y fotográfico en varias partes del mundo; “la migración se sufre, es algo doloroso, hay duelo, hay alegría también, hay emociones, hay evolución, pero era algo que nos hacía falta (…) Al final, a mí me parece que la migración era algo que necesitábamos atravesar, porque sociedades que atraviesan procesos migratorios, son sociedades que se deconstruyen y, a partir de eso, empiezan a entender quiénes son. Es un poco lo que nos está empezando a pasar. Nos damos cuenta que no somos tan princesas, ¿me entiendes?, que no somos los únicos buenos en ciertas cosas”.
Y ese es un factor diferenciador en el producto final de Malandro Photos, si Ronald no se hubiese movido y sumado a esa dinámica antagónica y migrante, el alcance hubiese sido otro o ninguno.
Por eso, en su afán de ir y venir, de estar en movimiento y de saciar su curiosidad, se mantiene pateando calle en busca de más documentaciones etnográficas a 360 grados.
PLOMO
Una cosa fue lo que buscaba y otra lo que quedó. “Uno puede trazarse una meta, un objetivo, pero al final cuando estás haciendo el proyecto no te puedes condicionar”.
Así se ha pulverizado Plomo, una obra de arte habla del fenómeno de la violencia en 240 páginas, sin romantizar ni mucho menos apología.
“Me generaba mucha inquietud que cuando querías dialogar sobre la violencia en este país, y en la ciudad de Caracas, todo el mundo hablaba como si sucediera en otro lado (…) Yo sentía que no había punto de referencia donde la gente entendiese o analizase los efectos colaterales, las cosas inherentes que la violencia deja (…) La violencia para mí es como un inquilino, un compañero de piso que vive contigo, que a veces no te gusta, huele mal, tiene hábitos raros, cosas que a ti te pueden disgustar, pero al final tienes que aprender a lidiar con eso”.
Más allá de ser Ronald un investigador, él mismo también en su objeto de estudio por lo que ha vivido. Plomo evidencia la permeabilidad de evocar el sonido de un disparo, pero también, la afirmación y validación de hacer algo. “¿Vamos a una obra de teatro? Plomo”.
Nunca se había hecho un análisis profundo, una deconstrucción de los ámbitos propios que arropan la violencia, pasando por la cotidianidad y la realidad de una ciudad caóticamente atractiva como Caracas. Cómo nos comportamos, cómo nos comunicamos, el porqué de tantas cosas.
Junto a Plomo también se suma la obra de El Principito, donde Ronald acompañó a modo de coautor y productor a Carlos Cabrea, un adolescente parcialmente vidente con glaucoma congénito, quien narra desde la realidad su vida. Hay material fotográfico de Ronald, de Carlos, secciones en braille y reflexiones.
“Ahora estoy muy apegado a lo editorial”. Así que no pasará mucho tiempo para recibir otro libro, otro legado que permita dejar un precedente sin filtros ni estigmas.
MALANDRO
“Todo el mundo sabe su etimología real. Sí, es un delincuente, pero luego, en un contexto más caraqueño o urbano, tú dices que vas a una fiesta malandra, que te compraste unos zapatos malandros. Es algo que enaltece lo sorprendente o fuera de lo común. Y en el momento que yo creé esto, dije: voy a ponerme así porque mis fotos van a ser malandras”.
Así nació Malandro Photos en Instagram, un espacio para compartir fotos de exploración urbana, sitios malandros. Como todo, la dinámica y su contenido cambió para mejor, aunque los detractores siempre han estado.
“A nivel colaborativo, que son la mayoría de mis trabajos, no es algo individual, de yo solo; cuando hacemos algo, nos gusta que la gente nos genere contradicciones. Ahí es donde se abren los debates. No buscamos hacer un tipo de arte contemplativo y decorativo”.
Sin embargo, en un escenario anticipado y paralelo, puede existir un Ronald sin Malandro Photos. “Me gustaría que fuese otra cosa. La fotografía tiene muchas presiones. Incluso contigo mismo, creas una competencia. Eso te genera cosas internas que no están bien (…) A mí no me gustaría vivir cien por ciento de la fotografía”.
Por eso Ronald se ve sin rollos siendo dueño de una cafetería, “un café-biblioteca, algo así”. Y de llegar a concretarse, quizás se escuche algo de Sandy & Papo de fondo.
Sin olvidar lo más importante para él, la absoluta libertad creativa y personal de seguir curioseando: “A mí me pueden quitar la foto o el graffiti, e igual seguiría siendo yo, pero no tener movilidad (por el mundo), eso creo me destruiría. Me haría mucho daño. Ya de viejo, hasta que no me den las piernas, me veo viajando”.
Sea como artista visual, fotógrafo o investigador; estando en Armenia, Colombia, Suiza, Nueva York o en Caracas; a pie o sobre una moto, Ronald Pizzoferrato no dejará de ser un curioso bien malandro. ¿Plomo?
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