De existir el alma, deben ser muy pocos quienes se den el lujo de tener una. El místico alemán Meister Eckhart decía que para poder poseerla, primero había que atraerla. Se tenía que construir una especie de nido suficientemente cálido en la interioridad, a ver si ella se entusiasmaba a vivir allí.
Lamentablemente el mundo tal como se nos presenta, no opera pensando en el alma. Al contrario, se parece mucho a una máquina de producir seres desalmados. Ojalá los hechos demostraran lo contrario, ojalá construirnos nidos para el alma fuera nuestra mayor preocupación.
El alma en gramos
Sin embargo, cierta manía cientificista mezclada con un espiritismo trasnochado ha creado un mito que persiste con insistencia. El bulo sostiene que el alma pesa 21 gramos y que ha sido demostrado “científicamente”. Francisco Perez Fernandez, Profesor de Psicología Criminal y Francisco López Muñoz, Profesor de Farmacología, de la Universidad Camilo José Cela, armaron el relato en The Conversation.
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La historia del experimento que lo demuestra se remonta a 1907. Fue una noticia que apareció en el Boston Sunday Post y el New York Times. Duncan MacDougall, un médico de Massachussetts, habría “demostrado” que el alma humana pesaba alrededor de 21 gramos.
MacDougall partía de la hipótesis de que el alma humana debería poseer algún rastro físico. Ideó un original procedimiento experimental para probarlo. Localizó a seis pacientes desahuciados cuya muerte era inminente. En la cercanía del deceso, McDougall depositaba las camas sobre una báscula de precisión. Su margen de error no superaba los 5,6 gramos.
Presumía que el alma era un elemento de la especie humana y que no debería estar presente en otras especies. Entonces decidió emplear perros como control, a los que previamente envenenó.
Perros desalmados
Los resultados no fueron claros, pues no todos los pacientes perdieron peso al morir. Adicionalmente, los datos de dos de ellos fueron desechados. Aquellos que registraron alguna clase de pérdida, no aportaron cantidades homogéneas. Además, solo uno de los sujetos experimentales perdió peso justo en el momento del deceso, tal como se esperaba.
Los perros, por su parte, no experimentaron cambios, lo cual corroboraba la tesis de que “los animales no tienen alma”. En cualquier caso, el médico no se desanimó. Superada la primicia periodística reevaluó sus cálculos y se decidió a publicar los resultados.
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Los argumentos en contra de MacDougall resultaban abrumadores. confusión entre física y metafísica, selección de la muestra anecdótica y control de resultados inconsistente. También errores de apreciación médicos inaceptables. En aquel tiempo no se determinaba con exactitud el momento exacto de la muerte. Además, los perros carecen de glándulas sudoríparas, lo cual podría explicar que no perdieran peso durante la agonía.
La teoría de los 21 gramos, el supuesto aún sobrevive en el imaginario colectivo. Nadie recuerda los nombres de MacDougall, pero muchos han oído hablar del experimento del médico que “pesó el alma”. Mientras tanto, esa presencia íntima y sagrada no se atreve a asomarse a los ojos.