La doctora Keller tomaba unas rosas antes de lanzarlas a la tumba de su hija; estaba enterrando al fruto de su amor con Roberto un doctor afamado de Caracas. La cirujana tenía el alma hecha nada y ya el llanto no le salía por la rabia que sentía.
Era 1971. En aquella ciudad donde los mercaderes de la droga se movían en las esferas de los profesionales. No sabía cómo su hija había mordido el anzuelo de ese flagelo; y había muerto precisamente con una sobredosis; a pesar de ella haberle explicado a Albita que dijera “No”.
La rabia la tenía apoderada, se marchó y se quedó viendo por la ventana del apartamento; Caracas se debatía entre la antiguo y lo moderno, juró aquella tarde que se iba a vengar de los que le hicieron daño a su hija. Aquella misma noche dijo que iba a trazar un plan de averiguación.
Ella misma iba a investigar el caso y que poco a poco daría con los culpables. Viendo por la ventana aquellas calles tenía mucha confianza con los amigos de su hija. Se comunicó con Nora aquella noche; quien le habló con miedo y le dijo que no quería problemas.
“No te voy a traer problemas, Nora solo quiero que me digas todo poco a poco tu eres la única persona que me puede llevar a los culpables”. Albita había muerto luego de ingerir un cóctel de drogas en una fiesta; no conforme con eso la autopsia había revelado abuso sexual y maltrato.
La doctora Keller y su venganza
Un sábado en la tarde Nora le dijo que quería contarle quienes habían hecho eso; le diría pero no quería salir de la casa. “Doctora le voy a escribir lo que pasó, y le haré llegar las cartas anónimas; esa gente es poderosa y tengo miedo”.
Nora había tenido problemas con drogas y sabía quiénes habían planeado el ataque a Albita. “Todo esto me da mucho miedo doctora pero le voy a escribir todo en carta”; Nora contó todo, tres nombres de tres hombres que nunca la doctora imaginó eran los mercaderes de la droga.
“Ellos doctora frecuentan mucho talleres de motos y de carros, yo estoy dispuesta a colaborar”; dijo Nora. La doctora quería inventar un plan para poder llegar a los tres sin problemas; y sin sospechas y que cada muerte pareciera extraña.
“Voy a cobrar el daño que le hicieron a Albita a cada uno de estos muchachos, van a ver”; decía con rabia desde su apartamento. Nora iba a servir de enlace y de informante en el caso; solo era algo entre ellas dos; ya que no confiaban en un tercero.
Uno a uno
Carlos era un joven de 23 años una persona que tenía una colección propia de motos; era asiduo competidor en las calles de Caracas y un rey de los piques. A pesar de que tenía dinero, quería aventuras, adrenalina, más dinero y fama.
No había muchacha que se le resistiera ya que era de familia europea y a sus 23 años había tenido miles de aventuras. Nora sería la encargada de citarlo, la doctora tenía una casa en el Junquito donde tenía todo preparado.
“El objetivo es que le digas a Carlos para verse hoy y le digas para traerlo al Junquito”. Nora perdió poco a poco el miedo y citó al fanático de las motos. La muchacha se llevó a la primera víctima a la vieja casa donde ya estaba todo preparado.
Carlos comenzó a besar a Nora, pero esta le dijo “epa todo con calma vale”. Se fue y abrió una misteriosa botella de vino donde el no tuvo reparo en decir que no. Luego de las dos copas se sintió extraño. “Algo me diste aquí, que tengo”, dijo Carlos con miedo mientras todo le daba vueltas.
“Tranquilo papi, ya estarás mejor”, le dijo Nora. Carlos entre la taquicardia fuerte que sentía vio a la doctora con su bata y sintió más miedo. “Esta es la doctora Alba Keller”; la doctora sacó una serie de aparatos y lo llevaron a una cama clínica.
Paso a paso
Nora veía paso a paso lo que la doctora le iba a hacer mientras Carlos quería gritar y sentía que su boca estaba seca. La garganta y la voz por más esfuerzo que hiciera no le salía. Vio cerca de cuatro enfermeros que le daban vuelta para acelerar su proceso.
Mientras sintió que por dentro estaba seco de alma. “Lo dejan así que poco a poco sienta dolor y ni siquiera pueda retorcerse en lo que era”, dijo la doctora. Nora recibió un pago el cual tuvo miedo de aceptar. “Acéptalo hija, aun faltan dos personas por caer”, dijo la doctora.
Dos meses después la doctora veía en la prensa a la familia de Carlos pidiendo información por su hijo. Mientras que apuntaban a que este se había ido del país a Colombia; mientras otros decían que por ajustes de cuentas los habían asesinado.
Carlos estaba en estado vegetativo mientras que pocos sabían que en aquella casita del Junquito; la doctora Keller había preparado el laboratorio para su venganza. Nora y a doctora se reunían para poder atrapar a la segunda víctima.
Leonardo, y su charla de galán
Leonardo siempre estaba embobado por Nora, y ella sabía cómo poder llegar a él; pero no quería dejar huella. Ya la desaparición de Carlos estaba formalmente hecha en la Policía Técnica Judicial; pero no había ninguna pista de aquel hecho.
Nora le dijo al joven que quería ir con él a la playa pero que no le dijera a nadie; ¿playa o montaña? Le dijo el muchacho. “Montaña nos vamos al Junquito allá es bueno”; el muchacho quedó embobado con los encantos de la joven.
Luego de unos besos en la montaña la joven sacó unas llaves y le dijo a Leonardo… “mi tía me dejó sus llaves de la casa de aquí”; el muchacho dijo “eres la mejor, vamos para allá”. Llegaron a la silenciosa casa donde no había nadie aparentemente.
¿Y esta casa tan bonita?… preguntó Leonardo… “ah de mi tía”. La operación fue la misma para atraparlo. Mientras Nora saboreaba el vino y Leonardo sentía lo mismo que Carlos para perder el conocimiento. Un hombre blanco de marcado acento alemán le dijo a la doctora “otrrro pajarrito para la jaula de la madame, aun falta uno”.
Leonardo entre lo que estaba sintiendo vio a Leonardo conectado a unos botellones de suero; y con el rostro casi color verde. Mientras este veía a Nora, pero sentía lo mismo su garganta estaba seca y no podía hablar.
“No intente hablar pajarrito etá disecado por hacer daño a niña de doctorra y etas en manos de nosotrrros; no sabes con quienes te metiste”; dijo el alemán. Nora no sintió remordimiento. Ya que solo quedaba uno, se les acercaba los veía y se reía; “sigan haciendo maldad a los jóvenes”.
El más fácil de atrapar
La doctora Keller vio a Santiago en uno de los automercados del este de Caracas y se le vio preocupado. “Doctora como está”, saludo el muchacho, la doctora le preguntó si le pasaba algo. “Tengo a dos amigos perdidos, eso me preocupa”.
“Leí eso en la prensa, no te preocupes hijo esos aparecen”, Nora y la doctora sabían que Santiago había planeado aquel vil asesinato de la hija de la doctora. “Doctora Alba Keller siento mucho lo de su hija”, mientras la doctora lo miró con suspicacia.
Atraparlo no fue difícil ya que Nora le dijo a Santiago para verse la tarde de aquel sábado; como siempre los jóvenes decía que iban a salir y no dirían con quien. La operación aplicada al tercero era la misma. “Este si quiero que me lo dejes que hable”, le dijo al alemán. «Pajarrito no hablar, orrrden de doctorrra Venezuela cumplir alemancito»; dijo.
Santiago sintió algo raro con Nora y sintió que se quedaba sin fuerzas en aquella casa en El Junquito, mientras vio salir a la doctora de un cuarto. “Pero usted otra vez” le preguntó a la doctora Keller. “Ahora quiero que hables”.
El muchacho pidió perdón a la doctora y le dijo que su hija no le correspondía y por eso planeó su atentado. Nora y los enfermeros presentes veían aquello con asombro. «Doctora no me vaya a matar por favor».
Unas décadas después en El Junquito
Las personas terminaron demoliendo una vieja casa y encontrando en el patio de esta a tres cadáveres. Las autoridades descubrían el hallazgo de tres cadáveres que estaban desaparecidos desde 1971; pero se desconocía de quien era la casa ya que esta nunca tuvo un dueño fijo. Nunca supieron que era de la doctora Keller.
Los vecinos eran nuevos y nadie recordaba a la doctora y menos a Nora. “Allí vivió un alemán hace años. Y no creo que ese señor que era muy buena gente hiciera eso”; dijo uno de los habitantes de El Junquito.
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