Era 1976 cuando Oscar caminaba por un terreno y escuchaba a lo lejos unos lamentos. Se sorprendía de escuchar quejidos de dolor, era un terreno solitario en Altamira de Tropical en el estado Monagas.
Se persignaba y seguía caminando de aquel lugar que generalmente estaba lleno de gatos solitarios. “No entiendo que buscan esos gatos allí” decía el centinela de una casabera. El terreno en invierno llegaba a tener una alta maleza.
En verano aquel pedazo de tierra se secaba y las personas prendían candela en el lugar. “Ya están otra vez quemando será que quieren espantar a las culebras”. No entendía esos lamentos que escuchaba a lo lejos.
Las noches de luna llena de septiembre eran más de osadía para cruzar el lugar. “Si no fuera por las tortas de casabe que me dan cuando me pagan no paso por aquí”. Las personas le decían que allí había gente enterrada.
“En otros tiempos uno no sabe que había aquí”, le decía Tomás, su compadre. “No sé pero cada vez que paso por allí se escucha como cuando la gente está enferma”. Otros decían a Oscar que eso era la brisa y que allí no pasaba nada.
El terreno de los lamentos
Oscar nunca tuvo miedo de pasar por el lugar y hasta detenerse en aquella parte de Altamira, Tropical. Varias veces se llevaba licor para colocarle a ver si eso las espantaba. Iba rezando o tranquilo aquellas noches de martes a sábado.
“Por lo menos tengo el lunes y el domingo libre”, decía el centinela. Oscar llegaba al rancho solitario y dormía por horas. Pero siempre le llamaba la atención lo que escuchaba en aquella parte. “Llévate sal, mijo y le echas uno no sabe que criatura hay en ese lugar”; decía su tía Josefina.
Cada noche para Oscar era una tortura caminar por allí a veces escuchaba algo a veces nada. Se sorprendió cuando vio gente de las empresas petrolera llegar al lugar. La gente empezó a limpiar todo el terreno.
Un cementerio
Las personas que llegaron en búsqueda del petróleo se sorprendían de ver que en aquel terreno había gente enterrada. No sabe si eran indígenas o pobladores que vivían en esa zona del estado Monagas.
Desde aquella noche Oscar dejó de escuchar aquellos lamentos que lo acompañaron durante años en las noches solitarias.
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