sábado, diciembre 14, 2024
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El boxeador caraqueño y su triste final

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Oscar, el boxeador caraqueño era anunciado en los parlantes del gimnasio Las Cocuicitas en Valencia. El lugar estaba de bote en bote mientras el pegador era el más esperado de la noche ya que se mediría a otro criollo.

Solo bastaron unos cuantos minutos en el ring para que la fama de Oscar creciera como la espuma aquella noche. Lucía un short de satén que le había hecho su mamá, vivía en Catia y quería ser el mejor de aquella década de los setenta.

Esa noche en Valencia un hombre se la acercó y le dijo… «te vas a asombrar de la fama que vas a tener, pero todo lo vas a perder». Las escalofriantes palabras helaron la noche del campeón. Todo eso acompañado de una risa que estremeció el lugar.

Los contratos saltaban como liebres para tenerlo en el ring, el pegador tenía ya 18 victorias acumuladas sin derrotas. De hecho, los promotores decían que era la gran promesa de aquellos años en el boxeo venezolano.

La fama llegó por millones para Oscar, quien en apenas un año cosechó unos cuantos dólares los cuales al cambio daban un chorro de bolívares. Compró una casa a su familia en un mejor lugar de Caracas mientras era conocido por ser un galán con las mujeres.

Actrices de televisión, además de cantantes, y hasta artistas de otros países se tomaban fotos con Oscar. El hombre de los puños de acero se estaba haciendo famoso pero a su vez gastaba dinero a manos llenas. “Si ese muchacho no tiene un manejador quedará en la ruina”; decía un famoso periodista deportivo por Radio Rumbos.

El boxeador caraqueño y su triste final

Oscar siempre pensaba en lo que le dijo aquel hombre en Valencia y a su vez del dinero y la fama, pero tenía miedo de perderlo todo. «No se quién sería ese tipo, pero desde esa noche tengo miedo», decía Oscar.

Revistas, periódicos, entrevistas en televisión, y hasta cuñas publicitarias grababa Oscar. Pero todo aquello a su vez parecía transformarse en sal y agua, ya que veía como perdía dinero a manos llenas. «Estoy perdiendo todo»…

Pero Oscar no tomaba consejos, por el contrario a pesar del entrenamiento bebía constantemente. “Eso lo sudo yo después”, decía el boxeador a los periodistas que le preguntaban de sus famosas noches de farra.

La gran pelea llegó ante una de las luminarias de Estados Unidos, pero esa noche, Oscar tenía miedo de fracasar. El bombardeo de puños del californiano en Los Ángeles lo dejó noqueado en el tercer round, mientras que esa misma noche su mamá moría en Caracas al ver a su hijo de esa manera.

Cuando llegó a Maiquetía vio al hombre vestido de traje y sombrero quien volvió a burlarse de el y de su fracaso. La fama desapareció precisamente aquella noche, al regresar a Venezuela las deudas le llovieron y muchas personas le dieron la espalda.

Además de que no podía superar el adiós repentino de su madre. Oscar el boxeador caraqueño, recordaba la risa macabra de aquel hombre en el aeropuerto. El cual parecía ser el que dio fama y a su vez se la quitó…

Oscar quedó poco a poco en la ruina, deambuló por las calles de la capital hasta que falleció. Sumergido en la bebida y bajo el olvido de mucha gente… Y siempre recordaba lo que le dijo aquel extraño hombre…

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