Pueden ser muchos y variados los maridajes entre el teatro y la gastronomía como entre la tríada dramaturgo-director-actor y el público asistente a una pieza teatral.
Recibimos información desde los tiempos atenienses donde se condimentaba la asistencia a prolongadas representaciones, como la trilogía esquiliana de La Orestíada (9 horas de duración), con alubias, habas, almendras, nueces y garbanzos.
Las mismas sólo se interrumpían para que actores y público salieran a comer por los vomitorios (rampa lateral de los anfiteatros).
En la comedia Pluto de Aristófanes, los ruegos a los dioses implorando riqueza y salud se aderezaban con libaciones de vino, cordero y panes mojados en aceite de oliva.
En el decadente imperio romano se trocó la jerarquía teatral con las excesivas bacanales de los privilegiados patricios, aderezadas con mimos, bailes, recitales o lecturas de las piezas de Séneca frente a un Nerón musicalizándolas con lira en manos.
El evento, lo que ahora llamaríamos “experiencia”, era la gastronomía y el teatro, el adorno dispensable.
Igualmente con los entremeses del medioevo milenario, donde surgieron los bufones de reyezuelos feudales, juglares de la legua y trovadores de plaza.
Se comía, bebía y se representaban piezas cortas de intrascendente documentación o crónicas rojas. Eran más periodistas que actores.
Gastronomía teatral
Pero aún no aparece la gastronomía en la dramaturgia. Simplemente está frente a la dramaturgia. Costumbre que se extendió más allá del romanticismo.
No en vano los primeros montajes del renacimiento español, inglés y francés tuvieron sus orígenes en tabernas que se fueron convirtiendo en teatros. Recordemos que Dioniso es el dios del vino y del teatro.
Ya entrado el siglo XX el dramaturgo judío-británico Arnold Wesker quien fuera repostero y cocinero, se sirvió de su experiencia en los fogones para escribir su más famosa obra: La cocina.
En muchas obras de teatro he puesto a personajes comiendo o preparando comida en escena.
La gastronomía identifica una cultura, quizá más que la misma dramaturgia, la narrativa o la explícita arquitectura urbana.
Al signar la gastronomía una identidad, ésta la he utilizado expresamente en mis obras como el contexto y, a veces, subtexto de la argumentación o construcción de personajes como puede ser la del epicúreo General Juan Vicente Gómez frente al dionisíaco esnobista de su carnal Castro en la obra Compadres o la de Diógenes Escalante frente al menú guayanés que le ofrecerá el Prof. Escalona en su frustrada campaña electoral de oriente; o la de Estrella Serfati, La íntima del Presidente Isaías Medina Angarita en su pantagruélica mesa del Shabat que le ofrece al para aquel entonces Ministro de Guerra y Marina, poco antes de dar a luz al futuro diputado Isaías Medina Serfati; o en Madres y la dieta vegana de las protagonistas.
La gastronomía tanto en la narrativa como en la dramaturgia, han sido y son el espejo más identitario de una cultura, nación y latitud que espejea un auditorio, un pueblo en un tiempo político y social.
Un texto de Javier Vidal
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