José Alberto venía caminando en horas de la noche cercano a un cementerio cuando escucha el llanto de un niño. El conuquero decidió asomarse a las paredes del cementerio pero no encontró nada. Incluso pensó que alguien quería jugarle una broma.
Todas las noches pasaba por el cementerio luego de conversar con los demás conuqueros en Monagas. Pero le llamaba la atención el llanto, incluso, quejidos de un bebé adolorido en ese lugar, siempre en las noches de luna llena lo sentía.
Ya varias noches pasaba por allí y decía “aquí siempre llora ese niño”, a veces lo escuchaba, a veces no. Más que todo en noches de luna llena, “cuando la luna está clara es que canta el carricito”.
Entró al cementerio un día a ver las tumbas y le dijo a Oscar, uno de los cuidadores lo que había escuchado. “No solo allí, hay varios sitios aquí donde lloran niños“. Oscar le relató que una tía sabía la historia del cementerio.
En la noche, José Alberto se fue a hablar con Petra para contarle lo del niño llorando afuera. “Dale un poquito más de tiempo, ese niño lo que quiere es agua, que lo bauticen y que le eches la bendición”.
El llanto de un niño
En las noches cuando José Alberto venía sentía pasos detrás de él, como si alguien lo siguiera. Sentía como en la maleza se iba en la maleza se iba alguien pequeño… “será que el carricito me está siguiendo”.
Varias noches pasó y sintió el llanto en aquella pared del cementerio, hasta que una noche llevó agua y comenzó a rezar. Luego de un rato escuchó la calma del bebé… “suspiró y se quedó tranquilo”.
Petra le contó que en décadas pasadas habían dejado a un niño en el lugar del cual no se supo más nada en aquel pueblo. Desde aquella noche, José Alberto cada vez que pasa no escucha más nada, sobre todo en las noches de luna llena.
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