Jackeline aparentaba menos de sus 42 años, vivía de alcabala a peligro en La Candelaria en Caracas. Se veía en el espejo de su Mazda negro y cantaba… ¡Hoy los buenos recuerdos se caen por las escaleras!; mientras se arreglaba su permanente.
Quedó flechada al ver a Augusto quien le sonrió sin conocerla en una de las agencias del Banco de Venezuela. El hombre no le quitaba la mirada de encima y la mujer volteó y le dice… ¿te conozco?… “no voy a esperar a que alguien nos presente”, le dijo el.
Aquel amor a primera vista pareció ser un flechazo de los que lanza Cupido. Ella no sabía nada de aquel misterioso hombre. El cual por el comenzó a dejar de decir que en ellos no creía; fue así como rápidamente se sintió más bonita de lo que era.
Se enamoró más cuando comenzó a ver poemas, cartas de amor y rosas en el parabrisas del carro. “Eres loco, no sabes si soy casada, divorciada, separada”; decía a aquel desconocido. Y era como si estuviera viviendo la etapa de colegiala nuevamente.
Suspiraba y se veía más bonita, veía como al llegar a los bancos entre tantos movimientos de la contaduría pública todo el mundo quería atenderla. “No he conocido a la primera contadora pública fea… todas son bonitas”, le decía Augusto.
Un amor de alcabala a peligro
Tenía miedo, no conocía nada de aquel hombre el cual se aparecía como una sombra en donde ella estaba. Y de paso le decía palabras que la hacían sentir más bonita de lo normal. “No te niegues a vivir el amor”, le escribía aquel hombre en un papel.
“Y así vivieron amores de alcabala a peligro en noches desenfrenadas de encanto y delirio… de aquellas madrugadas apasionadas llenas de café y el olor a pasionaria… que encanto Caracas y aquel amor de La Candelaria”; cada prosa de aquel poeta la hacían estremecer.
Las rosas, se hicieron más visibles en todas partes, de hecho, Jackeline sentía como se estaba enamorando de alguien que no conocía. “Amiga vive el amor, estas separada, es hora de que te entregues nuevamente”, le decía Mónica. A la contadora le parecía extraño encontrarlo siempre en los bancos. “No sé quién es y sabes que me llevo sorpresas con personas así, no quiero sufrir nuevamente”; decía.
De paso siempre el con lentes oscuros y tapabocas distintos, lo conocía por el perfume y las camisas manga larga. El amor se había elevado en locuras de ambos, y lo vivían a pesar de las críticas. “No sé que me está pasando contigo, no sé quién eres, pero no quiero perderte», decía la mujer.
La última rosa…
Jackeline estaba enamorada de un desconocido… y se asombra un miércoles al escuchar gritos en la avenida Urdaneta. ¡Llamen una ambulancia rápido, rápido!, al acercarse ve a Augusto tendido en el asfalto a las dos de la tarde.
El hombre tenía una rosa en la mano… «un carro lo atropelló y se dio a la fuga»… decía una de la mujer que había visto al hombre cruzar la calle. Jackeline se sorprendía de haber vivido otro amor fugaz.
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